Descubrí este poema
hace años.
Como entonces aun
sigo amándolo.
Por su pura
ternura
Por su pura
ternura
Hacíamos el amor en aviones de papel.
Parece mentira, pero es posible meter dos cuerpos desnudos en ambas caras
de una hoja.
Sólo hacía falta una cena en un lugar público,
un lápiz rojo,
un
lápiz negro y una mesa
que separara dos cuerpos
que no debieron juntarse nunca.
Propuesta indecente / Girar el papel /
Respuesta indecente / Girar el papel /
Completar la frase / Girar el papel…
Posteriormente, lo doblábamos en las cinco partes necesarias para que volara.
Por lo menos,
había 1.15 metros de aire que nos separaba.
Que separaba la
amenaza de mi diluvio,
de la tranquilidad de ese desierto tuyo.
Bastaba el enfrentamiento natural de ambos platos en un restaurante,
un par
de roces por debajo de la mesa,
un camarero impertinente
que nos llenara la copa de vino
cada 10 minutos,
cada 10 minutos,
un movimiento estratégico muy bien pensado
para enseñarme el escote y la amenaza latente
para enseñarme el escote y la amenaza latente
de que
algún conocido pudiera estar mirándonos.
Bastaban tus ojos
con las pestañas más largas de la historia.
Bastaba ...
que me miraras y que me dijeras esas cosas que sabías decirme.
que me miraras y que me dijeras esas cosas que sabías decirme.
Después,
en la caminata solitaria de regreso,
aprovechaba los parabrisas
sucios para seguir escribiendo cosas con los dedos.
Más tarde,
al llegar a casa,
ponía la radio
en busca de una cuña publicitaria
con tu voz para comprar
en busca de una cuña publicitaria
con tu voz para comprar
lo que fuera que estuvieses vendiendo,
aunque ni trabajes
en la radio,
Por último,
antes de dormir,
me ponía frente al espejo y me escudriñaba los
mofletes para ver
si tenía pegada algunas de tus pestañas,
ponérmela en el
medio del pecho y creer que eras mia
o
o
un deseo tuyo.
Contigo,
en esos minutos,
me reía del mundo,
aprendía que los besos
se
pueden beber con vino y la ropa se puede comer con pan,
y que tu cama mide
90 de ancho por 1,90 de largo.
Contigo,
en esos minutos,
me creía inmortal.
Ana García Labrac